¿Realmente, en nuestra sociedad, hay una sobremedicalización?
Para poder hablar de si existe, o no, una sobremedicalización en nuestra sociedad, pienso que lo primero que debemos hacer es definir qué es la medicalización, pues apuesto a que no es lo que crees.
¿Qué es la medicalización?
La medicalización, o patologización, es el proceso por el cual algo pasa a ser considerado un problema sanitario (médico, psicológico…) y que hasta entonces se consideraba normal, o como mínimo «no patológico».
Esto ocurre cuando alguien (luego veremos quién), señala que algo no es normal y, además, ese algo anómalo (que hasta entonces nadie lo había considerado así) es de origen médico.
A partir de ese primer señalamiento, hay un proceso que refuerza esta idea hasta que, desde los sectores sanitarios, los profesionales implicados asumen el encargo de tratar esa nueva condición considerada «patológica«.
¿Y quién es el responsable de que ocurra la medicalización?
Pues aquí todos tenemos nuestra porción de responsabilidad. Vayamos por partes.
– Medicos de comunicación:
Los medios tienen un enorme poder mediático, que los convierte en generadores de opinión y de realidades.
Así, cuando las noticias de sanidad llegan a la prensa, esta puede hacer que la gente se alarme, vaya al médico, o empiece a pensar que sus dolencias deberían ser tratadas, incluso antes de que aparezcan.
Por esto es tan importante darse cuenta de que la información en los medios de comunicación muchas veces está sesgada, por lo que hay que ir con cuidado.
Además, muchas veces se hace imposible diferenciar un reportaje de un publirreportaje (con finalidad comercial y no informativa), haciendo difícil diferenciar lo que es información veraz de lo que es publicidad.
– Sociedad:
En la sociedad, el concepto salud/enfermedad es variable a lo largo del tiempo, y avanza con los avances médicos y tecnológicos. Actualmente, hay un elevado valor por la salud, con mucho miedo al sufrimiento y a la enfermedad en general. Es como si la sociedad estuviera «enfermando por no enfermar«. El acceso a la información que tenemos hoy en día, junto al hecho de que esta información no sea de la mejor calidad, como comentábamos en el punto anterior, hace que las personas sufran sesgos informativos que acaban condicionando su relación con la salud/enfermedad. En una sociedad capitalista, donde se aboga por la competitividad incluso dentro del propio individuo (el famoso «crecimiento personal»), nos llevan a buscar la salud de una forma «proactiva»; el objetivo ya no es no enfermar, si no que se persigue la salud, convirtiendo el cuidarse, la medicina y también la psicología en objetos de consumo. Esta creencia hace que se tengan unas expectativas irreales de lo que es estar sano, esperando que la medicina y la psicología lo resuelvan todo, hecho que, posteriormente, acarrea mucha frustración. Además, muchas veces buscamos la immediatez, hecho que aumenta aún más nuestro grado de insatisfacción.
– Políticas sanitarias:
La organización sanitaria en nuestro país de define como un modelo sanitario universal, accesible y abierto, aunque en la práctica se convierte en un sistema paternalisata y acrítico que se gestiona en base a las demandas que van llegando y no en base a necesidades definidas por los profesionales sanitarios que están en la comunidad e investigan los problemas más relevantes y prioritarios.
Esto hace que se pierda uno de los principios fundamentales del sistema sanitario; la equidad.
La equidad sería la priorización de los casos que se atienden en función de su gravedad. Es decir, se atiende antes y de manera más intensa a los que más lo requieren, con criterios objetivos.
Si esto no se cumple, y se atiende a todos por igual, en lugar de ser algo que la gente agradece, se convierte en algo que genera mucha insatisfacción: A los graves, porque no se les atiende debidamente; a los leves, porque se les atiende pero no con la calidad que se esperaría (debido al colapso que genera el no priorizar por gravedad).
Otro punto importante de las políticas sanitarias actuales sería que se invierte mucho más en la atención hospitalaria que en la comunitaria. Esto genera «superespecialistas» en temas concretos, pero se pierde la visión más global del individuo, que se tiene desde la atención primaria, lo que genera más atención a la enfermedad que a la salud, perdiento aspectos sociales de la atención por el camino.
Por otra parte, está la burocratización de la salud. Cuando vas al médico, ¿cuánto tiempo invierte este escribideno al ordenador, clicando forumularios o rellenando papeleo? Cuanto más papeleo se tiene que hacer, menos asistencia de calidad se logra dar.
– Industria farmacéutica:
La industria farmacéutica tiene un poder enorme, a muchos niveles. En el caso que nos ocupa, y por resumir muchísimo el tema, podríamos decir que esta industria no solo genera fármacos, si no que también genera enfermedades para que estos fármacos se vendan.
No es que inoculen enfermedades en la población mediante chemtrails (las líneas de humo que dejan los aviones a su paso por el aire), no caigamos en esas teorías conspiranoicas! Pero sí que cogen ciertas «dolencias» habituales, y les dan un nombre, una forma, para que se conviertan en enfermedades (para las cuales ya tienen remedio, obviamente). Es algo tan probado que exite un término anglosajón para describirlo: Disease mongering (sería algo así como «promoción de enfermedades»).
¿Cómo?
Pues con una inversión enorme en publicidad, que disfrazan de noticia informativa, creando realidades, como por ejemplo la «menopausia masculina«, que inventaron para vender fármacos.
También estan detrás de la formación de los profesionales de la salud, siendo la industria farmacéutica la que muchas veces esponsoriza publicaciones, libros, financia investigaciones, organiza congresos y formaciones para sanitarios…
– Profesionales sanitarios:
Nos referimos a los médicos, pero también enfermería, psicología, trabajadores y educadores sociales y, en general, a todas aquellas personas que se dedican a prestar antención a las personas en relación a su salud. Estos profesionales, somos los que aceptamos el encargo de tratar estas «nuevas patologías» y, por ende, contribuimos muchisimo a crear esta nueva realidad.
En parte, las políticas acríticas con las que trabajamos nos dejan poco margen para poder discernir correctamente lo que debe ser tratado de lo que no. También los sesgos informativos, muchas veces intoxicados por la industria farmacéutica, pueden afectar a los profesionales que no estén habituados a una lectura crítica de este tipo de información.
También la sobrecarga de trabajo, sobre todo en el sector público, hacen que los profesionales trabajen de forma reactiva, no pudiendo hacerlo de una forma reflexiva y coherente con lo que les gustaría poder hacer en unas mejores condiciones. Es muy fácil de entender: Si tienes que dar respuesta a un malestar en 5 minutos, tu intervención va a ser rápida, con prisa, y muy parcial. Ahí es donde, por ejemplo, se opta por la prescripción farmacológica que por el apoyo interpersonal.
Por último, los avances médicos hacen que la medicina cada vez sea más preventiva. Y eso es bueno, pero implica más controles, más tratamientos profilácticos, más pruebas complementarias… Por lo que aumenta la presión asistencial y la percepción de que la gente cada vez depende más de la medicina.
¿Y la sobremedicalización, es buena o mala?
Esta es una pregunta muy compleja. Pero vamos a tratar de dar las herramientas para responderla de forma crítica.
Primero un breve resumen:
1. Hemos explicado cómo se generan nuevas patologías en aspectos que hasta entonces no se consideraban patológicos.
2. Hemos explicado la anatomía de cómo se produce este fenómeno, con todos los actores implicados.
3. Con esto conseguimos tratar cosas que antes no se trataban.
¿Y eso es bueno o malo?
Lo cierto es que depende de muchos factores.
Por ejemplo, con los avances médicos, ahora sabemos que el colesterol, la presión arterial alta, o el tabaco pueden dañar nuestra salud.
A partir de ahí, desarrollamos una serie de estrategias para tratar estos factores de riesgo y evitar la aparición de futuras enfermedades. Pero, al hacerlo, convertimos el factor de riesgo en una nueva enfermedad: Hipercolesterolemia, hipertensión, tabaquismo…
También en psiquiatría y psicología, tratamos situaciones que antes no se consideraban susceptibles a tratamiento, pero que pueden ayudar a que las personas se sientan mejor.
Por lo que reducimos el riesgo de enfermar y mejoramos la salud global de la población con la sobremedicalización, aunque también existen riesgos asociados a tomar medicación, realizarse pruebas complementarias, o incluso hacer psicoterapia cuando uno no tiene indicación para ello.
Además, el identificar cada vez con más antelación posibles riesgos de enfermedad, la percepción es que cada vez estamos más enfermos, aunque lo que en realidad suceda es que cada vez estamos más «prevenidos».
Como profesionales, nuestro deber es el de discernir aquello que merece ser tratado, por sus beneficios, de aquello que no, por sus riesgos y costes.
Conclusión
Como conclusión, podríamos decir que la sobremedicalización SÍ existe. Pero no se debe SOLO AL USO DE FÁRMACOS!
También estamos sobremedicalizando cuando promocionamos cirugías estéticas y tratamientos antienvejecimiento.
También sobremedicalizamos cuando se realizan pruebas médicas «preventivas».
O cuando tomamos medicación por una dolencia puntual.
Sobremedicalizamos cuando tomamos fármacos para prevenir factores de riesgo.
O si acudimos a terapia para hacer un «crecimiento personal» sin ningún malestar ni problema a tratar.
En definitiva, sobremedicalizamos con todas las intervenciones que no serían necesarias para la supervivencia, aunque a veces la sobremedicalización sea muy positiva para mejorar la calidad y la cantidad de vida de las personas.
Reducimos el riesgo de enfermar, la salut global mejora, pero, aumenta la construcción en el imaginario colectivo de que cada vez estamos más enfermos.
Entonces, y citando a Skrabanek, podríasmos decir que:
«Puesto que la vida es una enfermedad universal de transimisión sexual y mortal de necesidad, vivirla con plenitud requiere de un equilibrio entre el riesgo razonable y el no razonable».