Hace unos días, en una cafetería, vi una taza con el lema “Hoy elijo ser feliz”. Y pensé: ¿y si no puedes elegirlo?
Vivimos en la era de los reels motivacionales, los tips exprés y las frases inspiradoras en tazas de desayuno. La autoayuda se ha convertido en un negocio millonario. Pero ¿realmente ayuda?
“Si realmente lo deseas, lo conseguirás.”
“Cambia tu mentalidad y cambiarás tu vida.”
Internet está lleno de promesas así: soluciones simples para problemas complejos. Suenan bien, pero a menudo ignoran la realidad.
A alguien con depresión no le suele ayudar “pensar en positivo”, ni una persona con ansiedad dejará de sufrirla por “tratar de estar tranquila”. Y desde luego, nadie sale de la precariedad solo por “trabajar más duro”.
Aquí entra el concepto de optimismo cruel, acuñado por Lauren Berlant, que describe esa esperanza que nos mantiene atados a ideales imposibles. Es el tipo de optimismo que te dice que “todo depende de ti”, mientras ignora desigualdades, problemas de salud o precariedad. Ese optimismo, aparentemente inocente, pero que resulta en realidad cruel por varios motivos:
- Te asegura que cambiar tu vida es fácil.
- Ignora tu contexto, y suele venir de gurús provenientes de familias adineradas.
- Te hace creer que, si fracasas, es culpa tuya.
Y todo esto, lejos de ayudar, hunde a quien no logra encajar en esa narrativa.
Porque, ¿te imaginas meditar cuando te cortan la luz porque no puedes pagar la factura?, ¿O hacer deporte después de doce horas de pie, trabajando en un restaurante?
La autoayuda simplista no tiene respuesta para esto. Solo te dirá: “Esfuérzate más.”
Pero no todo depende de tu esfuerzo. Hay factores biológicos, psicológicos y sociales que pesan.
Sin embargo, es más rentable la idea de que todo está en tu mente que decir que el sistema no funciona igual para todos.
El resultado es doblemente dañino: culpa individual y parálisis colectiva. Porque si todo se resuelve con “ser tu mejor versión”, ¿para qué exigir mejores condiciones laborales o acceso real a la salud mental?
Esa es la trampa del optimismo cruel: mantenernos ocupados “trabajándonos a nosotros mismos” mientras el sistema sigue igual.
No se trata de renunciar a la esperanza, sino de cultivarla con los pies en la tierra:
- Esperanza realista: no todo depende de ti, y está bien reconocerlo.
- Responsabilidad compartida: el bienestar requiere de apoyo social, políticas que lo permitan y atención profesional en algunos casos.
- Acción concreta: el cambio real nace de estrategias personalizadas y contextuales, no de frases motivacionales.
La verdadera esperanza no está en “elegir ser feliz” y sonreír ante todo, sino en mirar la realidad de frente y decidir —esta vez sí— qué merece la pena cambiar.

