Uno de los aspectos más complejos del trabajo con adicciones es la dificultad que tienen muchas personas para reconocer que están atrapadas en un patrón adictivo.
A menudo, cuando llegan a consulta, ya han pasado meses o incluso años viviendo con una conducta adictiva que ha ido deteriorando su salud, sus relaciones, su rendimiento laboral o académico, así como su autoestima.
Por eso, considero muy útil compartir las 10 características que solemos ver en las personas con una adicción, sea esta a sustancias (alcohol, cannabis, medicamentos…) o comportamental (juego, móvil, pornografía, compras, etc.).
No es una lista diagnóstica, pero sí para detectar señales de alerta que nos pueden ayudar a actuar antes de que el problema se agrave y las consecuencias sean mayores.
1. Pérdida de control
Una de las primeras señales y características que observamos en una persona adicta es la pérdida progresiva de control. Al principio, el consumo o la conducta puede parecer voluntaria y bajo control, pero con el tiempo, la persona se da cuenta de que no puede parar cuando lo desea. Lo que iba a ser un consumo esporádico o una actividad recreativa se convierte en una necesidad incontrolable.
Lo importante es entender que esta pérdida de control no es sinónimo de debilidad o falta de voluntad. La adicción afecta al sistema de recompensa del cerebro, modificando la forma en que se toman decisiones y generando impulsos difíciles de contener. Muchas veces, la persona sabe que lo que está haciendo le perjudica, pero no puede evitarlo.
Es habitual que los intentos de moderar o detener el comportamiento terminen en frustración. La persona promete que no volverá a hacerlo, que solo será “una última vez”, pero en cuanto aparece el impulso, lo vuelve a repetir. Este ciclo genera un gran desgaste emocional.
2. Negación del problema por parte de la persona adicta
La negación es una característica central de la mayoría de las personas adictas. La persona no ve (o no quiere ver) la magnitud del problema. Puede justificarse diciendo que “no lo hace tanto”, que “conoce a gente peor” o que “todos lo hacen”. Estas racionalizaciones sirven para evitar el dolor de enfrentarse a una realidad incómoda.
Desde fuera, familiares o amigos pueden notar claramente que algo no va bien, pero cualquier intento de confrontación suele recibir una respuesta defensiva. La persona adicta se cierra, se enfada o minimiza las consecuencias. Esto puede deteriorar mucho las relaciones personales, creando distancia o conflictos frecuentes.
La negación también puede manifestarse de forma más sutil: cambiando de tema cuando se menciona el problema, evitando situaciones donde no pueda consumir o usar la tecnología, o incluso manteniendo una doble vida para ocultar la adicción. Aceptar que hay un problema es el primer paso hacia la recuperación.
3. Necesidad creciente (tolerancia)
Con el tiempo, la cantidad de sustancia o el tiempo dedicado a la conducta adictiva ya no produce el mismo efecto. Esto se debe a un fenómeno que en medicina llamamos “tolerancia”. El cuerpo y la mente se habitúan, y para sentir el mismo nivel de alivio, excitación o escape, se necesita cada vez más consumo.
Este aumento progresivo puede tener consecuencias muy peligrosas. En el caso de sustancias, puede llevar a intoxicaciones, sobredosis o daños físicos importantes. En adicciones comportamentales, puede traducirse en pérdida de días de trabajo, aislamiento extremo o gastos económicos elevados.
Es habitual que la persona no se dé cuenta del aumento. Se normaliza el consumo diario o las horas frente a una pantalla. Solo cuando se compara con el inicio se hace evidente hasta qué punto ha escalado el problema. Esta es otra de las características que encontramos en una persona adicta y que puede ser muy peligrosa para su salud.
4. Síntomas de abstinencia
Cuando la persona intenta dejar de consumir o detener la conducta, aparecen síntomas de abstinencia. Estos pueden ser físicos como temblores, sudoración, insomnio o taquicardia, pero también emocionales y psicológicos: irritabilidad, ansiedad, tristeza o una sensación de vacío insoportable.
Los síntomas de abstinencia son una de las razones por las que muchas personas recaen. No se trata solo de resistir el impulso, sino de gestionar un malestar intenso que parece no tener fin. Sin ayuda profesional, muchas personas se sienten desbordadas y vuelven a la adicción como única vía de escape.
Además, el miedo a sentir estos síntomas puede llevar a la persona a no intentar siquiera dejar el hábito. Prefiere mantenerse en la zona “conocida”, aunque sea dañina, antes que atravesar el sufrimiento que implica dejarlo. En consulta trabajamos herramientas específicas para afrontar esta fase con seguridad y acompañamiento.
5. Abandono de otras actividades
La adicción va ocupando cada vez más espacio en la vida de la persona. Aquellas actividades que antes generaban placer como salir con amigos, hacer deporte, leer, estudiar o ir a trabajar con ilusión van quedando en un segundo plano o desaparecen por completo.
Esto no sucede de forma brusca, sino progresiva. Primero se rechaza un plan, luego se cancelan reuniones o se llega tarde constantemente. La energía y la motivación se centran únicamente en aquello que proporciona el alivio inmediato de la adicción. Todo lo demás pierde importancia.
Esta característica de la persona adicta, este abandono, empobrece la vida emocional y social del paciente, y suele generar un círculo de aislamiento que agrava aún más el problema. En terapia, uno de los objetivos principales es recuperar esas fuentes de satisfacción que fueron desplazadas por la adicción.
6. Repercusiones emocionales
La vida de una persona adicta suele estar marcada por un torbellino emocional constante. Aunque en un inicio la conducta adictiva puede proporcionar alivio, placer o desconexión, con el tiempo se convierte en fuente de culpa, vergüenza y malestar. La persona entra en un ciclo donde consume para sentirse bien, pero luego se siente peor por haberlo hecho.
Estas emociones negativas suelen ser muy intensas. No es raro que la persona adicta diga cosas como “sé que me estoy haciendo daño, pero no puedo parar” o “me odio por volver a caer”. Este tipo de pensamiento mina la autoestima y refuerza la sensación de fracaso. Cuanto peor se siente uno consigo mismo, más busca aliviar ese dolor a través del comportamiento adictivo. Es un círculo difícil de romper sin ayuda.
En consulta, uno de los primeros pasos es trabajar desde la compasión y la comprensión: la adicción no es un fallo moral ni una elección consciente. Es un trastorno que puede tratarse, y que requiere un acompañamiento profesional donde el juicio no tiene cabida.
7. Cambios en el estado de ánimo de la persona adicta
Las alteraciones emocionales son una constante en las personas con adicción. Pueden experimentar altibajos repentinos, pasando de la euforia a la tristeza en cuestión de horas. A menudo, su estado de ánimo depende directamente de si han podido o no consumir o realizar la conducta adictiva.
En algunos casos, estos cambios se manifiestan en forma de irritabilidad: la persona adicta se muestra más agresiva, impaciente o reactiva ante cualquier frustración. En otros, predomina la tristeza, la apatía o el vacío existencial. A veces, se alternan episodios de hiperactividad con momentos de profunda desmotivación.
Estos cambios no solo afectan a la persona, sino también a su entorno. La familia o la pareja no sabe cómo actuar ni cómo anticipar el estado emocional de cada día. Por eso, el tratamiento no se centra únicamente en eliminar la conducta adictiva, sino también en estabilizar el mundo emocional del paciente.
8. Intentos fallidos de dejarlo
Es muy frecuente que una persona adicta haya intentado dejar el hábito en más de una ocasión. Lo ha hecho solo, en secreto, o incluso con ayuda parcial, pero sin éxito duradero. Cada recaída no solo refuerza la adicción, sino que también daña la confianza en uno mismo y genera una peligrosa resignación.
Los intentos fallidos suelen llevar a pensamientos como “esto no tiene solución”, “soy incapaz” o “ya no vale la pena intentarlo”. Esta desesperanza es uno de los grandes enemigos del proceso de recuperación, y hace que muchas personas sigan atrapadas durante años en la adicción.
En realidad, estos intentos no son fracasos, sino aprendizajes. En consulta analizamos qué ocurrió, qué funcionó y qué no, para diseñar una estrategia realista, personalizada y adaptada a la etapa en la que se encuentra la persona. Con el enfoque adecuado, dejar una adicción sí es posible.
9. Ocultación o secretismo
La vergüenza y el miedo al juicio hacen que la persona adicta viva su problema en secreto. Ocultan lo que hacen, mienten sobre cuánto consumen o utilizan estrategias para que los demás no se den cuenta. Este doble juego genera un enorme desgaste emocional y refuerza el aislamiento.
Es muy común que el entorno se sorprenda cuando descubre la magnitud del problema. Lo que parecía un comportamiento “ligero” era en realidad una dinámica oculta mucho más grave. Esta ocultación puede incluir eliminar historiales, esconder objetos relacionados con el consumo o evitar lugares donde podrían ser descubiertos.
Este secreto, lejos de proteger, agrava el problema. La persona no solo lucha contra la adicción, sino también contra la culpa de mentir y el temor constante a ser descubierta. En la terapia, creamos un espacio seguro donde la sinceridad no solo es posible, sino que se convierte en la herramienta principal de transformación.
10. Impacto negativo en la vida diaria de la persona adicta
Una de las señales más claras de que estamos ante una adicción es el deterioro que se produce en distintas áreas de la vida: relaciones, trabajo, estudios, salud física, situación económica o incluso la ley. Lo preocupante es que, aun viendo estas consecuencias, la persona continúa repitiendo el comportamiento.
No se trata de una simple “mala racha”. La adicción empieza a arrastrar a la persona como una corriente que lo aleja de sus objetivos, valores y vínculos importantes. Lo que antes era una vida organizada se convierte en un caos: despidos, rupturas, deudas, problemas legales… todo como consecuencia de algo que, en un principio, parecía inofensivo.
En muchos casos, este impacto negativo es lo que finalmente impulsa a buscar ayuda. El dolor acumulado, las pérdidas o el colapso emocional hacen que la persona diga “basta”. Y es en ese punto donde comienza realmente la posibilidad de cambio, de forma decidida y con acompañamiento profesional.
Si te has sentido identificado con alguna de estas características, quiero que sepas algo fundamental: la adicción no define quién eres, ni te convierte en una mala persona.
Es una condición que tiene tratamiento, y que puede superarse con la ayuda adecuada.
En mi consulta, abordamos cada caso de forma personalizada, adaptando las estrategias a tu ritmo y a tus necesidades.
Reconocer estas señales es el primer paso.
El siguiente, puede ser pedir ayuda.
Estoy aquí para acompañarte y ayudarte en cada paso para dejar tu adicción. Pide cita y comencemos este camino juntos.